Pensaba en Japón como un país en
el que disfrutaría al máximo del choque cultural que tanto me gusta e intento
encontrar cuando viajo a Asia. Al primer vistazo, comprendí, un poco decepcionada,
que Japón había evolucionado a un ritmo diferente, y que ese rastro ancestral
lamentablemente se había perdido. Tienen sus costumbres, sus cosas de
japoneses, con las que disfruté al máximo, pero no encontré la magia. Una cosa
es flipar y otra estremecerse.
Bien, en Tokyo, como en el resto de ciudades que he visitado en esta aventura,
la grafía me recordaba que estaba en Japón, pero al patear sus calles, contemplar su horizontalidad
o distribución, tuve la sensación de que bien podía encontrarme en una gran ciudad americana cualquiera, aunque con algunas diferencias: una ciudad extremadamente limpia y ordenada, delincuencia 0, coches
cubo, máquinas para la comida, les gusta el pirriaque, transporte público megaeficiente, locales
enormes de ocio, no ponen alarmas en las tiendas, no se puede fumar en la
calle (solo en zonas habilitadas), si encuentras una papelera échala a favoritos, pachinko -se vuelven loquitos con esas máquinas de bolas-, líneas amarillas que te
indican el sentido________ Ellas deciden quien se queda y quien se va, guantes y fundas de
cadeneta en los taxis, mascarillas, ruído 0, cableado sin soterrar, autopistas
carísimas, 0 inglés.