De la magia de Ubud al cutrerío
del desfase poligonero de Kuta y sus playas -solo hay una foto de allí, por fea-. De zonas de
interior increíblemente espectaculares, a esa zona playera que quiere ser
molona intentando atraer a turistas surferos y que no alcanza a más que a un puñado
de chupipandis buscadores de alcohol y tullíos por tantas horas de baile
compartido en extrañas discotecas, con aquellos otros maduritos en busca de
formar parte del juventureo y formar cuarteto con el mundo de la noche. Ese es el equipo de surfeo que encuentras en sus playas y que has de procurar sacar de ángulo para poder tomar la foto de la palmera y la hamaca -si los puestos de alquiler de tablas roídas y los Dios sabe qué asados no han llegado antes-
Y, los
hay que desean con todas sus fuerzas volver al interior, a Ubud y a aquellos lugares con nombres exóticos: Goa Gajah, Gunung Kawi, Denpasar, Pura
Taman Ayun, Pura Tirta Empul, Pura Ulun Danu Bratan, Tanah Lot, Yeh Panas…
Volver a la magia de un Bali totalmente ajeno a ese pequeño rincón de su
anatomía que lo entristece.
Templos, ofrendas, festejar el
año nuevo balinés (Nyepi) y disfrutar de sus Ogoh-Ogoh, su día del silencio,
conducir por caminos que no son ni caminos, baños termales en medio de la
selva, el olor a incienso, mis monos malos, el anochecer a la luz de los candiles y un bonito
amanecer junto a los arrozales. Eso es lo que me gusta de Bali porque, cuando
estoy allí, todo se magnifica.